
Se preguntaba porqué las experiencias que vivía siempre eran las mismas. Cambiaban los actores, los lugares y las situaciones, pero seguía viviendo lo mismo una y otra vez. Ya estaba harta porque su espíritu necesitaba vivir de verdad, sentir la vida, reír, sorprenderse, correr, jugar, sentir amor del bueno. Entonces mientras caminaba por el parque se quedó bajo un árbol a sentir los latidos de su corazón, y cada uno de ellos le decía tranquila, aquí estoy, todo va a estar bien, confía, cree, se valiente, ábrete a las posibilidades, «todo es lo opuesto de lo que parece», observa. Cuando despertó de esa especie de sueño sentía que estaba tan conectada consigo misma, que estaba decidida a hacer un cambio. Uno que le devolviera la libertad de elegir, de ser ella al fin, de poder atisbar la magia que hay en la vida, y que es real. Comprendió que su vida solo dependía de ella, no de su pasado/futuro, de los sentimiento aprendidos/por descubrir, ni de las criticas/elogios de las personas, al fin tomó las riendas de su vida y se lanzó a la aventura. No necesitaba más que su corazón, su creatividad y conciencia, para emprender el viaje más apasionante que puede tener un ser humano: el viaje de la vida.